Bokassa
nace el 22 de febrero de 1921, en
Bobangi, Congo Medio, África Ecuatorial Francesa,
(actual República Centroafricana). Sus padres, el líder tribal Mindogon
Mbougdoulou y Marie Yokowo. Bokassa, tras el asesinato de su padre y el
suicidio de su madre, fue educado por misioneros occidentales. Era sobrino del
malogrado dirigente político Barthélémy Boganda En 1939 entra a
formar parte del ejército francés, con el que participa en la Segunda Guerra
Mundial en la región de Indochina como sargento mayor. Al concluir la segunda
guerra mundial desembarca en Francia, junto a Charles de Gaulle con las tropas
del llamado ejército de la Francia Libre condecorado con la Legión de Honor y
la Croix de Guerre (Cruz de Guerra). En 1961 ya había alcanzado el
rango de capitán.
La semana pasada se cumplió el aniversario número 35 del golpe de Estado organizado por los franceses que derrocó al emperador caníbal y autoproclamado de la República Centroafricana, Jean-Bédel Bokassa.
Hoy, el
antiguo “imperio” de Bokassa sigue siendo un semillero de crueldad
indescriptible y de guerra, sumido en un conflicto sectario que está al borde
del genocidio, pero no ha caído (aún) en el abismo. Después de que un grupo
rebelde musulmán, conocido como Séléka, derrocó al presidente François Bozizé
en marzo de 2013, el país ha estado atascado en un ciclo vicioso de violencia.
Mil civiles fueron asesinados en un periodo de dos días en diciembre en el
2013, y miles más han muerto desde entonces. Los ataques de la milicia
musulmana, se contestan con represalias por parte de las milicias cristianas.
El conflicto es implacable y brutal.
Los crímenes
de guerra han pasado desapercibidos por la prensa internacional. Incontables
niños han sido heridos hasta la muerte con machetes en las calles. Las mujeres
han sido violadas por pandillas enteras. Otros sufren ambas situaciones: ser
secuestrados y luego violados si el dinero del rescate no se paga.
Estos
horrores son cubiertos por las sombras crecientes de otros conflictos como el
de Ucrania, Irak, Siria y Libia. Pero aun fuera del centro de atención, estas
tragedias prevenibles se están desdoblando inexorablemente en este país oscuro
que tiene el tamaño de Texas, una población un poco más grande que la de Los
Ángeles y una economía nacional de 1/100 del tamaño de la de Detroit, la cuál
está en un constante estado de descomposición.
Los ecos de
la historia resuenan hoy en día en la República Centroafricana, mientras el
conflicto actual es fuertemente reminiscente del “imperio” anterior de Bokassa.
Jean-Bédel
Bokassa tomó el poder con un golpe de estado militar en 1966, y luego se
autoproclamó a sí mismo como el emperador de la República Centroafricana diez
años después. La ceremonia casi dejó en la quiebra al país empobrecido (la sola
corona bordada con diamantes le costó casi $5 millones de dólares). Bokassa
incluso utilizó los fondos del Estados para enviar a sus caballos de guardia a
Francia para un entrenamiento especial. Y cuando se coronó a sí mismo, tenía
puesta una capa de terciopelo y armiño de seis metros.
Bokassa
también era un monstruo. Su reino era repulsivamente salvaje, inclusive en un
continente conocido por sus dictadores brutales. Bokassa ordenó que a los
ladrones se les pegara, usualmente con martillos y con cadenas mientras él
miraba. También se deleitaba con darles de comer a sus cocodrilos personales y
a los leones en su reino de Villa Kolongo a los criminales acusados. Pero lo peor
de todo era que Bokassa presuntamente era caníbal, manteniendo carne humana en
su cocina, la cual les servía a sus comensales desprevenidos. Durante la
ceremonia de coronación, el recién coronado emperador se dirigió a un ministro
francés que estaba atendiendo y le susurró “nunca te diste cuenta, pero comiste
carne humana”.
A pesar de
estos horrores, el Gobierno francés llamó a Bokassa “un amigo y miembro de
familia”. Bokassa explotó aquella amistad con armamento y ayuda extranjera, el
néctar de la corrupción para su cleptrocracia. A cambio, el presidente francés
en ese momento, Valéry Giscard d’Estaing, socializó en África Central, matando
elefantes en viajes de cacería con el emperador y ansiosamente le compró uranio
a la República Centroafricana para alimentar la industria nuclear francesa.
Esta
amistad, combinada con la fascinación del emperador de exportar diamantes y su
gusto particular por la caza de elefantes para tomar de estos su marfil,
mantuvo a Bokassa en el poder trece años.
Sin embargo,
cuando la noticia llegó a Francia de que Bokassa personalmente había golpeado a
más de cien niños hasta la muerte con bastones y piedras porque se habían
resistido a ponerse los uniformes colegiales que había producido el Gobierno,
fue demasiado hasta para sus aliados franceses. El 20 de septiembre de 1979,
las fuerzas especiales francesas derrocaron a Bokassa en un golpe de Estado
cuidadosamente ejecutado, y que terminó con el brutal reino del emperador.
Desafortunadamente
para la República Centroafricana, el proverbio que la historia se repite, se
vuelve a comprobar una vez más a través del país manchado de sangre.
Al igual que
los diamantes y el marfil mantuvieron a Bokassa en el poder, los mismos
recursos se están utilizando para alimentar las milicias de hoy. Al igual que
los niños eran brutalmente asesinados por Bokassa y sus secuaces, las milicias
están siguiendo los mismos pasos sangrientos. En enero la periodista, Giovanna
Cipriana, estaba en el Complejo Pediátrico, un hospital de niños en la capital,
Bangui, cuando diez niños gravemente mutilados llegaron cubiertos en sangre.
Todos habían sido obligados a ver cómo las milicias habían acribillado a
machete a sus padres hasta la muerte. Los hombres luego cortaron a los niños
físicamente con el filo de sus machetes, para emparejar las cicatrices
emocionales e inevitables de las cuales nunca se podrán librar.
Hasta el
canibalismo está volviendo a mostrar su cara en Bangui. Un videorecientemente
publicado de un hombre que se hace llamar “Perro Rabioso” le rinde tributo al
legado de Bokassa. Luego de matar con un machete a un hombre musulmán cocinó su
carne en la calle y mientras se comió sus extremidades, le alardeó a un
reportero de la BBC: “Me comí su pierna, chupándome hasta el hueso”.
¿Cuántos
monstruos futuros al estilo de Bokassa están siendo olvidados hoy en día en
medio de los crímenes y el sufrimiento horroroso y expandido en esta guerra
africana olvidada?
Este es un
punto crítico para el conflicto, ya que un cese al fuego fue firmado a finales
de julio y recientemente se quebró y la lucha continúa. Francia actualmente
tiene 2.000 fuerzas pacificadoras en el país, tratando de lograr que su antigua
colonia y aliado no se destruya a sí mismo. El mes pasado, las Naciones Unidas
anunció y expandió el despliegue de fuerzas pacificadoras, con lo que aumentó
la coalición multinacional a 12.000 botas en el suelo. Sin embargo, el
liderazgo político actual es inestable, como para no decir algo peor; ambos
lados desconfían del presidente interino. Hay un riesgo fuerte de que una
explosión de violencia vuelva a suceder.
Mientras que
la República Centroafricana se encuentra en un punto de quiebre crítico, las
lecciones aprendidas del terror innombrable que trajo el emperador caníbal de
Bangui hace 35 años, provee un ejemplo importante para un sentimiento de
esperanza y acciones internacionales coordinadas hoy en día.
Hace tres
décadas y media, el Gobierno francés se sentó y permitió que Bokassa se
alimentara de sus ciudadanos con salvajismo. Pero luego, empezaron a redimirse
al forzar que su régimen bestial dejara el poder.
Lo mismo
podría ocurrir hoy en día si la comunidad internacional hiciera lo correcto y
lograra enjaular la lucha brutal de la República Centroafricana.
Nos hemos
hecho los ciegos demasiado tiempo. Aunque que el despliegue de nuevas fuerzas
pacificadores es un muy buen primer paso para detener el derramamiento de
sangre, no va a crear una paz estable y duradera.
Primero, el
apoyo financiero a los rebeldes – viniendo de diamantes exportados y caza
ilegal de elefantes por su marfil – es lo que tiene que parar de manera
inmediata. Una estrategia de certificación por Kimberley Process para revisar
la fuente de los diamantes en los centros de comercio (particularmente Dubái)
ayudaría a detener la venta de los diamantes de sangre de la República
Centroafricana. Una presencia limitada hecha por drones ayudaría inmensamente a
lograr que la caza ilegal cese un poco.
En el largo
plazo, un apoyo financiero sostenido para proveer ayuda humanitaria crítica al
millón de personas estimadas que son desplazados internos, y que se han
escapado de los peligros de la guerra. Un acuerdo duradero de una repartición
del poder se debe firmar –con participación directa del Séléka Musulmán y las
milicias cristianas anti-Balaka– para que un Gobierno transicional pueda
organizar unas elecciones creíbles.
El régimen
electo tendrá que poner en marcha una nueva constitución que garantice la
protección y asegure la representación política de ambas comunidades. Cualquier
Gobierno que deliberadamente continúe echándole leña al fuego del conflicto de
la República Centroafricana –Chad es actualmente el más culpable– debe ser
castigado por la comunidad internacional con sanciones económicas fuertes y un
aislamiento político.
No hay
ninguna amenaza de terrorismo, no hay periodistas occidentales secuestrados, no
hay una lucha por el poder entre Obama y Putin. Solo hay sufrimiento, gente
inocente que están viviendo en condiciones deprorables. Aunque la
reconciliación política siempre es complicada, el derrame de sangre sí se puede
detener mucho más fácilmente y con costos mucho menores que las crisis que se
ven en Ucrania, Siria, Libia o Irak.
Sin estos
pasos, las fuerzas pacificadoras no van a servir como nada más que una curita
en una herida de machete, haciendo más lento el sangrado, pero siendo una
intervención que no van a salvar al paciente.
Si el mundo
continúa ignorando este conflicto –esta herida abierta y agonizante en la
conciencia del mundo– entonces la República Centroafricana continuará abrazando
el legado del imperio de Bokassa: un abismo sin fin de violencia y sufrimiento
inimaginable.
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